Todo comienza, en el mejor de los casos, con
la idea de querer tener un hijo. Va creciendo con la ilusión de verse reflejada
en una sonrisa, en un gesto, el
trascender la propia existencia dando vida a un pequeño ser. Con ese deseo
inicia psicológicamente la existencia de esa personita especial.
Posteriormente, durante el embarazo se desarrolla una forma de
simbiosis, es decir, la madre y el bebé son uno durante nueve meses. Las
emociones e impresiones de la madre durante esta etapa son recibidas también
por el hijo que crece apaciblemente en su vientre. Esa oportunidad de ser uno solo con otra persona,
experimentar y re-experimentar esa vivencia es una capacidad que solo tienen las madres. Luego viene el parto, el corte del
cordón umbilical representa una separación física de madre e hijo, dejan de ser
uno solo físicamente, pero en términos psicológicos es más complejo y aún falta mucho por
desarrollar.
Para la madre el tener su primer hijo
representa un giro completo en su vida, sus esfuerzos ahora estarán encaminados
a “ver por otro” ese vínculo especial se fortalece con los momentos de comunicación,
con el contacto físico, con miradas llenas de aprobación y palabras
cálidas. Con todo esto la madre le va
“tejiendo” a su hijo esa sensación de seguridad y aprobación que le permitirán
crecer sintiéndose querido y capaz de conquistar el mundo.
Al
mismo tiempo la madre descubre que es más fuerte de lo que pensaba, que es
capaz de hacer cualquier cosa por un mundo al que le ha dado la vida. También
existen momentos de duda, en donde cuestiona su capacidad de acompañar esa vida
que empieza, momentos de desesperación y cansancio, de frustración y confusión.
Una madre quiere arropar a sus hijos y que
les vaya bien en la vida, pero también sabe que debe haber tormentas para que
aprendan a navegar en alta mar. Los hijos desde pequeños tienen que enfrentar
sus propias dificultades, superar las frustraciones cotidianas y levantarse de cada caída, aprender poco a poco a lidiar con sus propios
demonios. Este proceso a las madres les duele, pero saben que es necesario y
saben que deben aprender a “soltar”.
A una madre le duele más que a nadie decir
NO a sus hijos, disciplinarlos, medir sus fuerzas, verlos caer, abandonar sus
sueños o desaprovechar sus capacidades, pero conoce la importancia de los
límites y quiere que sus hijos los aprendan.
Ninguna profesión te exige tanto, te lleva
al límite, te pone a prueba tantas veces; pero a la vez te llena de orgullo y
te hace sentir que todo, absolutamente todo, al final del camino, ¡valió la
pena!
¡Felicidades
mamás y gracias por la labor que realizan día a día!
“Enseñarás a volar, pero no volarán tu
vuelo. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a
vivir, pero no vivirán tu vida. Sin embargo.., en cada vuelo, en cada vida, en
cada sueño, perdurará siempre la huella del camino enseñado”
Madre
Teresa de Calcuta
Departamento Psicopedagógico
Lic. Hilda Beltrán Méndez
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